La imagen que abre este reportaje fue cogida a su vez de otro publicado en Verne (El País) en 2017. En él se reconoce la labor de Yoseba M.P., un graffitero que en los últimos años ha sembrado Galicia de murales como estos, con los que homenajea a las abuelas gallegas. «Fenómenos do rural» se llama el proyecto en el que se enmarca esta iniciativa. Y la verdad es que el nombre no podría estar mejor escogido.
Las mujeres rurales gallegas -en las que me centraré, pues son las que conozco de cerca, lo cual no evita que por extensión me refiera a todas- son un fenómeno, algo fuera de serie.
Criada personalmente en un hogar liderado por una matriarca, mi infancia la pasé entre cebollas, patatas, nabos, castañas… Y por supuesto no faltaban las gallinas (benditos huevos «de casa»), cerdo (cuando lo hubo) y demás familia.
Pero el beneficio del trabajo de estas incansables mujeres no se limita al alimento de la familia. Administradoras de la casa cuando el marido estaba ausente, lo cual no era extraño (la emigración y la mar, en nuestro caso, fueron responsables de muchas «viúvas de vivos», como las llamó otra dama del rural, Rosalía de Castro), eran las encargadas de la contabilidad, las gestiones, el mantenimiento del hogar y de las tierras, de traer un «xornal», de la enseñanza y la crianza de los hijos…
Y eso cuando el hombre no faltaba de facto y la mujer era viuda sin paliativos (como sucedió en nuestro caso, y a una edad lamentablemente temprana).
Solas. O con el apoyo incansable de otras mujeres próximas (madres, hermanas, vecinas, hijas… ¡eso sí que era sororidad!).
Por supuesto no todo es blanco o negro, pero lo que está claro es que sin ellas no hubiéramos sobrevivido -repito, no hubiéramos sobrevivido- ni habríamos llegado a donde estamos hoy.
Se recuperaron de una posguerra terrible y dibujaron el futuro poco a poco, como pequeñas hormigas que almacenan sin descanso. Y aún hoy en muchos casos ese papel sigue jugando un papel fundamental en sus vidas: siguen administrando, preocupándose, trabajando día a día en la huerta para que nada falte.
Es toda una forma de vida, de entender la realidad y su papel en el mundo que las rodea.
Día Mundial de las Mujeres Rurales 2020
Inevitablemente este 15 de octubre, día en que se conmemora a la Mujer Rural, está empañado por el riesgo que plantea el coronavirus. Tal y como recuerda Naciones Unidas, «las mujeres y las niñas están en desventaja en esta pandemia, un problema que se agrava más aún en las zonas rurales.
Las mujeres rurales ya enfrentaban, y se enfrentan, a batallas previas específicas en su vida diaria a pesar de sus roles clave en la agricultura, el suministro alimentario y la nutrición. Ahora, desde el COVID-19 y las necesidades de salud únicas en áreas remotas, les es menos probable tener acceso a servicios de salud de calidad, medicamentos esenciales… […] Además, muchas de ellas sufren de aislamiento, la difusión de información errónea y la falta de acceso a tecnologías críticas para mejorar su vida laboral y personal».
Este es un problema al que en estos momentos no escapan muchas personas de edad avanzada en nuestro país. Sin embargo, es indudable que se agrava en determinadas zonas más apartadas -en las cuales, por ejemplo, a partir de cierto rango de edad hablar de internet o de nuevas tecnologías es como hablar directamente en otro idioma-. Y lo hace todavía más en el caso de las mujeres, dado que tradicionalmente han tenido un acceso mucho menor a la educación que los hombres.
A pesar de todo ello, en la mayoría de los casos ni siquiera la pandemia las ha frenado. Han seguido (y siguen) estando al pie del cañón, superando con ello el miedo al contagio.
No dejemos que su esfuerzo -y su ejemplo- caigan en saco roto.